Hijos Vs Padres... por qué?

“¡Porque yo soy tu madre!” 
“¡Porque lo digo yo y punto!”

 ¿Te suena haber pronunciado alguna de éstas muletillas en una discusión con tu hij@?.
 ¿Por qué muchas veces nuestros pequeños tienen la habilidad de hacernos perder el control sobre nosotros mismos y acabar con una batalla campal en medio del almuerzo?
En primer lugar debemos tener muy presente que el conflicto es normal en cualquier tipo de relación. Siempre y cuando se trate de individuos racionales es más que probable que haya desacuerdos o diferencias. ¿No has sentido alguna vez que tu pequeñ@ te desafía? Al principio puede resultar hasta gracioso verlo sacar ese carácter, pero a medida que va pasando el tiempo va dejando de tener gracia y empieza a causar en nosotros un sentimiento de frustración. ¿Por qué?

Simplemente porque esto provoca en nosotros IMPOTENCIA.
 La creencia popular es la siguiente: “Un buen padre puede controlar a su hijo. Es decir que cuando nuestro pequeñ@ nos desafía eso nos hace creer que somos padres INCAPACES de controlar a nuestros hijos. 
“Si yo fuera un buen padre me haría caso a la primera”. Pero lamentablemente este pensamiento no podría ser más incorrecto.

El hecho de que nuestro hij@ nos desafíe no quiere decir que seamos malos padres o un fracaso como padres. Nuestros pequeños, como bien dijimos antes, son seres pensantes y como tales tienen sus propios gustos, opiniones, inclinaciones y carácter. Aunque no lo creas esto sucede en todos los hogares, hasta en las casa reales. La clave para no caer en un enfrentamiento con ellos está en centrarse en lo que tiene mayor importancia. 
El entrar en una gigantesca discusión con nuestro hijo porque no quiere comerse la verdura (que si no se la come una vez va a seguir estando sano igual), va a provocar que ninguno de los dos gane ya que 1º él no se la va a comer y 2º tu no te pondrás en plan abusivo para que lo haga
Debemos ser capaces de entablar aquellas discusiones que seamos capaces de ganar. Determinemos la importancia de la situación. Una discusión habitual por un plato de comida, por no recoger la habitación, por no lavarse los dientes… siempre tuvo origen una primera vez.

Es entonces cuando debemos ponernos manos a la obra, es decir: reconocer el problema y atajarlo a tiempo en el momento que se origina. Aquí es cuando debemos tratar de hallar las maneras de solucionarlo, siempre de manera constructiva. Piensa: si un problema surge una vez, tenemos una discusión en la que no hay ganador y ahí se queda; otro día vuelve a suceder lo mismo y así una y otra vez… no va a llegar el día en el que el niño se de cuenta  que es momento de acabar con ese círculo vicioso. Nosotros somos los adultos…no ellos.
 Por este motivo es que debemos buscar las técnicas adecuadas para que, desde el amor, la empatía y la justicia, podamos llegar a un “acuerdo” o fomentemos una actitud en ellos que nos asegure el éxito y  un cambio en su conducta sin tener que recurrir a esas odiosas muletillas abusivas de poder que leímos al principio.
En mi próximo post os revelaré ciertas claves para conseguirlo y fomentar de esta manera una relación sana y feliz con nuestros pequeños.  


Comentarios